MYANMAR/ BIRMANIA


Una mirada a un pueblo de corazón rojo burdeos, de silencio y lucha.

“El placer es el bien primero. Es el comienzo de toda preferencia y de toda aversión. Es la ausencia del dolor en el cuerpo y de inquietud en el alma.”   Epicuro.

Tras la Muerte de Alejandro Magno en el 323 a. de C. se inicia la época de la Grecia Helenística, donde florecen, entre otras filosofía, el epicureísmo. Este pensamiento considera que la felicidad de la existencia del ser humano consiste en el placer, entendido como la búsqueda de la autarquía (autosuficiencia, desprenderse de lo material) y la ataraxía (serenidad de ánimo). Para Epicuro somos felices cuando controlamos nuestros miedos: el miedo al futuro, al fin de la vida y a los Dioses. La clave del modo de vida epicúreo se resumiría en: gozar, saber y compartir. Gozar por estar vivo, eliminando los miedos; saber discernir lo que es verdaderamente valioso, los placeres del alma; y cultivar la amistad.

Cuando entro en los viejos templos de madera del actual Myanmar, resuenan fuerte en mi cabeza aquellas palabras de austeridad que hace 2000 años predicó Epicuro.

Myanmar, un país antes hermético que ahora se abre al mundo con su rica historia y cultura de antiguos imperios y su pasado de colonialismo británico.

La fisonomía del país esta determinada por el Budismo y sus referencias religiosas: monasterios, pagodas , imágenes de Buda y monjes con sus túnicas de color azafrán.

Su olor a madera húmeda , su silencio penetrante, que permite escuchar en la lejanía los cantos de los monjes, y el predominante color burdeos marcan el semblante de este lugar a ratos mágico.

Sin duda, lo que más llama la atención en Myanmar son sus gentes. Rostros acogedores y afables, siempre sonriendo, con ganas de conversar a cada rato, con una mirada que se vuelca hacia su interior y destila una pureza poco habitual. Su prudencia y timidez hace que les cueste posar con naturalidad, pero cuando lo hacen entregan toda la pureza de su alma austera.






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