Mundari


Creo que una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas,
Y que la hormiga es perfecta, y que también lo son el grano de arena y el huevo del zorzal.
Y que la rana es una obra maestra, digna de las más altas,
Y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
Y que la menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas,
Y que la vaca paciendo con la cabeza baja supera a todas las estatuas,
Y que un ratón es un milagro capaz de confundir a millones de incrédulos.

Walt Whitman

Y de pronto, en medio de la inmensa planicie africana te encuentras uno de los últimos reductos de la primitiva comunión entre el hombre y la naturaleza…
Allí, en las llanuras de Sudán del Sur, donde la vista se pierde en la lejanía, los Mundari han alcanzado tal cota de integración con el medio, que muchas veces el visitante percibe que ellos son sus hijos predilectos.

La orografía de esta zona se decora con ríos y lagos propensos a inundarse durante la temporada de lluvias. El suelo arcilloso impide el correcto drenaje y retiene el agua en la superficie. Difícil cultivar en estas condiciones, pero la base fértil que ofrece la tierra es idónea para el pastoreo de ganado. La madre naturaleza provee de todo lo necesario para vivir, y el hombre la respeta y admira.
Los que habitan estas tierras son ya expertos en sacar provecho de lo que la naturaleza les brinda. El cordón umbilical que conecta hombre y medio son las la vacas, el preciado ganado de la raza An kole-Watusi, cuyos enormes cuernos hacen que sea conocida como «el ganado de los reyes». Y es que la simbiosis entre ambos es perfecta, seguridad para los unos y protección para los otros, alimento y abrigo a cambio de un cuidado extremo. Su destino está íntimamente ligado.

Los Mundari son pastores y guerreros feroces. Viven en un equilibrio perfecto con su ganado y nada es más importante para ellos que sus vacas, a las que se envían a pastar durante todo el día y que se limpian y atan a los postes a su regreso al atardecer. En sus campamentos, los niños de pelo anaranjado, tintado por el amoniaco de la orina de las vacas con la que se lavan diariamente para aprovechar sus propiedades antisépticas, son los que realizan la mayor parte del trabajo. Cada día recogen el estiércol de vaca fresco y lo ponen a secar, para después prenderlo fuego. Esos incendios son útiles porque repelen a las voraces moscas y mosquitos. La ceniza resultante de la quema de estiércol, de color cobrizo y tan fina como el polvo de talco, se usará para frotarse a sí mismos, y se extiende sobre el ganado y sobre su lecho, creando una natural protección contra los insectos. El hombre es una parte de la naturaleza y utiliza sus recursos. Lo que la madre naturaleza regala a los Mundari estos se lo devuelven en forma de cuidados y respeto.

Asombra ver esa raza de hombres altos, fuertes y musculosos, con la piel untada en ceniza de color cobre, y saber que su dieta se basa en leche y yogur que proviene de sus animales. A cambio del alimento, sus vacas reciben masajes, baños y protección con ceniza, barro y arena, para mantenerlas alejadas del calor abrasador que asola la zona. Se las cuida y se las quiere como a uno más de la familia. Por eso los Mundari duermen con sus animales, los lavan y se aseguran de que el suelo donde descansan sea blando y limpio.

La vida del hombre depende de la naturaleza, eso lo saben muy bien los Mundari. Somos parte de ella. La naturaleza es un gran ecosistema en equilibrio inestable, que se autorregula. Cuando algo lo desequilibra, la naturaleza se equilibra de nuevo. El factor más desequilibrante para la naturaleza en la actualidad es el hombre y nos debería preocupar que la naturaleza nos deje de reconocer como parte de sí.

Es importante recuperar un equilibrio entre humanidad y naturaleza, que nos permita convivir y favorecernos al uno al otro. Aquí tenemos un ejemplo y una lección de sostenibilidad. Debemos aprender a gestionar debidamente los recursos de los que disponemos y respetar el medio en el que vivimos. En las próximas décadas nos jugamos mucho, nuestro futuro como especie ¿Seremos capaces de integrarnos en la naturaleza, de la que formamos parte, en lugar de tratar de dominarla, consumirla, protegerla, o destruirla?






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