WORKERS

(…) Esta también es la razón por la que admiro tanto a los artesanos, personas que hacen su trabajo con un gran conocimiento y habilidad. Conocí a un carpintero fabuloso especializado en madera vieja que trabajaba en mi casa de Saint Moritz. El modo en que tocaba y acariciaba cada pieza denotaba que era un hombre extraordinario. Amaba profundamente lo que hacía. Amar lo que uno hace es requisito necesario para ser artista.

Herbert Von Karajan.

Recuerdo cuando de niño entraba en el estudio de mi abuelo, el taller de un inventor lleno de cachivaches del rastro listos para ser utilizados en un futuro invento. Mis ojos recorrían cada estante con admiración, y se fijaban en aquellas manos que retorcían cables y apretaban tornillos. Aquellos recuerdos tan especiales dejaron en mi carácter una impronta de cariño y admiración hacia los que utilizan sus manos como herramienta de trabajo, los artesanos.

Cuando viajo, una sensación especial me invade al pasear por esas calles de artesanos que parecen ancladas en el medievo, mientras admiro sus delicados trabajos, fruto de la experiencia de años, de la paciencia y la constancia.

Esas calles ordenadas por gremios, donde cada uno tiene asignado su papel y donde se respira un clima de cordialidad y camaradería, de auténtica comunicación, de intercambio entre los que pueblan los diferentes talleres, que invita a reflexionar sobre el ritmo de las ciudades modernas, esas urbes sin identidad donde ya ha desaparecido la asignación de roles.

Me resulta entrañable la decoración de sus talleres, donde se puede casi tocar el paso del tiempo, como si fuese un álbum de objetos que narra el transcurrir de la vida. Objetos inertes esperando su segunda oportunidad para volver a la vida o simplemente nos hablan de una vida.






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