Telares de Seda


Un hilo de unión entre el este y el oeste…

«Los antiguos no eran conocedores de los usos de la seda, ni del modo de trabajarla: la veían como obra de una especie de araña o caracol, que la extraía de sus entrañas, y la enlazaba alrededor de las ramitas de los árboles…

…La seda no permaneció ignorada por los romanos durante demasiado tiempo. Les llegaba de Sérica (de China) que era el lugar en el que se hallaban los gusanos que la producen. Pero estaban tan lejanos de sacar ventaja de este descubrimiento que ni siquiera se les pudo hacer creer que tan bello hilo fuera obra de un gusano, y establecieron al respecto mil conjeturas quiméricas.”

Enciclopedia de Diderot y d’Alembert

El origen de la seda se remonta a tres mil años antes de Cristo, cuando en China aprendieron cómo fabricar este material de lujo a partir de los gusanos de seda. Pronto comenzó el comercio de seda entre China y el centro de Asia, para tiempo después ampliarse a occidente, inicialmente a través de las conquistas de Alejandro Magno, que llegó hasta la India en el siglo IV antes de Cristo, y más tarde, alrededor del siglo II antes de Cristo, con el Imperio Romano, que convirtió la ruta de la seda en un puente entre el este y el oeste, donde se negociaban, además de seda, textiles, metales preciosos, especias y pieles.

Este intercambio comercial supuso una mezcla de culturas e ideas. A lo largo de los caminos, la gente de diferentes civilizaciones se dieron a conocer unos a otros y los resultados fueron extraordinarios. Las religiones, en particular, se extendieron a lo largo de la ruta y es así como, por ejemplo, el budismo viajó desde la India a China.

En India, en la ruta de la seda, destaca por su tradición en la fabricación y por la calidad de sus productos la ciudad de Varanasi. En sus barrios periféricos, lejos de los ojos de turistas y peregrinos, se encuentran el gremio de tejedores de seda, una cooperativa organizada por musulmanes donde se preserva el arte tradicional de tejer a mano, y donde se elaboran las sedas más apreciadas del mundo.

De las austeras construcciones de tosco ladrillo y adobe, donde se alojan los talleres textiles, con esas maquinas que ya parecen de otra época, emana la más bella explosión de colores, a veces imposibles, que produce la mezcla de miles de finos hilos de seda. Decenas de telares, situados en callecitas estrechas y oscuras tejen los más exquisitos saris de seda, alfombras, manteles, pañuelos y colchas de la mejor calidad. Al caminar por estas calles solo se escucha el sonido acompasado de la madera de las maquinas chocando entre sí, mientras los hilos de seda van configurando lo que será su trabajo final.

De generación en generación, desde hace cientos de años, este oficio, ya casi en extinción, se transmite a los hombres de la familia, utilizando para sus diseños unos patrones que no han variado a lo largo del tiempo, y que se configuran mediante un sistema tarjetas perforadas, basadas en el telar mecánico inventado por Joseph Marie Jacquard en 1801, y que permite que se puedan elaborar complejos diseños en la tela, mecanismo que sirvió como base a aquellas primeras máquinas analíticas de Charles Babbage, que iniciaron el camino de la informática actual.

Las luces abriéndose paso por las pequeñas ventanas abiertas al exterior e impactando con su brillo en los miles de hilos de colores que se entremezclan en las ya ancianas tejedoras de madera quedan impresas en la retina para siempre.

El movimiento acompasado de las maquinas, el sonido de las maderas al chocar, la tenue luz, los miles de hilos de colores intensos mezclados, hacen de este oficio tradicional un espacio único y maravilloso.






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