Marruecos


Introducción

«El silencio, para la gente que habita en la ciudad, es una ausencia; para los habitantes del desierto, el silencio es como un amigo, como una presencia.» «El beso del Sáhara», Gonzalo Moure.

Un gigante se abre paso desde el profundo corazón de Marruecos, un desierto, el Sahara, que configura la orografía de un país y la identidad de un pueblo. Diversas etnias nómadas, ataviadas con sus ropajes ocres, blancos, añiles… salpican el paisaje de un territorio marcado por la escasez de agua, en una lucha constante contra la naturaleza que evoca tiempos pasados.

Marruecos es un cruce de caminos cultural donde se mezclan influencias bereberes, árabes y europeas, bien como fusión o bien como contraste, dibujando escenas y rincones que parecen recién salidas de un cuento.

El pueblo marroquí, acogedor y hospitalario, fiel a sus tradiciones, ha sabido conservar sus costumbres y hacer prosperar su legado cultural, lo que se refleja en las formas de de vestir, de comer, de vivir, en esas jaimas nómadas del desierto o en su arquitectura, pobre de materiales pero de increíble belleza.

Me sobrecoge de manera singular el hecho de confraternizar mientras conversamos en torno al ritual de un vaso de té, sentados en el suelo de una jaima, bajo el cielo estrellado del desierto del Sahara, el sonido casi monótono de sus ritmos musicales o escuchar el mantra sobrecogedor de las llamadas a la oración.






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